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Turismo de guerra

Turismo de guerra
Turismo de guerra 1

Entre todos los tipos de turismo existentes el “turismo de guerra” es uno de los más sorprendentes. Al turista le mueven muchas cosas a la hora de viajar. Una de ellas es sin duda el morbo. 

Visitar lugares donde se han producido crímenes, catástrofes, incluso guerras tiene un atractivo especial para algunos. En España hay en marcha rutas que recorren zonas significativas de la guerra civil, como la “Ruta de las Trincheras” de Sarrión (Teruel) o la “Ruta Orwell” en Alcubierre (Huesca). En Normandía hay visitas guiadas para conmemorar el desembarco aliado del “Día D” (6 de junio de 1944), y los campos de concentración de Auschwitz acogen turistas como si de un siniestro parque temático se tratase. En Vietnam los excombatientes norteamericanos de la guerra (1964-1975) hacen cola ante la entrada de los famosos túneles de Cu Chi, y en Mostar (Bosnia) viajeros en grupo disparan sus cámaras uno tras otro frente a los edificios sin restaurar de las afueras.

Recientemente se ha dado un paso más, una novedad, ya no solo se visitan los lugares en los que ha habido guerras, sino en los que el conflicto todavía no ha acabado. Y es que otra de las cosas que mueven al turista (cada día más) es el riesgo. Hay riesgos inofensivos, clásicos, como el de echarse a la carretera con lo puesto; riesgos más o menos controlados, como los llamados “deportes de aventura” y su versión más cañera, “deportes extremos”; y el culmen: el turismo de guerra en plena guerra. Hace poco, un reportaje de una televisión danesa mostraba a unos turistas desde lo alto de una colina observando tranquilamente mientras se bebían un refresco como era bombardeada Gaza.

La prestigiosa editorial Lonely Planet ha publicado dentro de su colección de guías de viaje (la biblia para muchos viajeros) una dedicada a Afganistán. Según su autor, Paul Crammer, especialista en el mundo islámico, el libro está dirigido a las personas que van a trabajar a Afganistán (trabajos humanitarios, ONG), pero lo cierto es que cada día son más los turistas aventureros (en el sentido más estricto de la palabra) que la compran para orientarse en ese país en el que, según el manual, “el mayor riesgo es que te atropelle un coche”. Y no es la única guía, ya en 2003 Dominic Medley publicó “The Survival Guide to Kabul” (Ed. Bradt) Aunque cueste creerlo, el turismo está renaciendo en Afganistán. Ya existen un par de agencias de viajes en la capital, como la Afghan Logistics & Tours, que regenta Muqim Jamshady, un experto guía. Incluso en Bamiyán, donde los talibanes volaron en 2001 las gigantescas estatuas de Buda talladas en la montaña, se nota la reactivación económica y turística.

Hiromi Yasui, un japonés que viajó por primera vez a Afganistán como fotoperiodista en 1996, ha abierto allí el hotel Ruta de la Seda desde cuyas habitaciones se tiene una vista inmejorable de los huecos donde antes estaban las imágenes budistas y donde pronto se volverán a alzar gracias a la ayuda de la Unesco. “Bamiyan is different” (¿les suena?) es el eslógan escogido por las autoridades locales que se quejan de en el extranjeros solo hablemos de las “cosas malas” que pasan en su país y del desconocimiento internacional que hay sobre el mismo. Por eso, exposiciones sobre Afganistán como la que se acaba de inaugurar en Madrid sobre ese país son un instrumento muy valioso para comprender mejor lo que está pasando en esa “Tierra de los Jinetes”. Reveladoras imágenes tomadas en Kabul, Kandahar, Mazar-e Sarif, Herat, Jalalabad y Kunduz, entre otras ciudades, algunas de ellas censuradas en su día por los talibanes

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